Todos sabíamos que este día iba a llegar, pero ninguno queríamos que llegase. Es como la muerte de un familiar enfermo donde la llamada del hospital duele, pero no te sorprende. O como esa sospecha sobre una infidelidad que termina siendo cierta y, aunque esa persona ya no forme parte de tu vida, todos tus recuerdos se ensucian y tu confianza con el resto de los mortales desaparece. Aquí siempre terminan pagando justos por pecadores. No importa cuánto tiempo llevemos esperando que el dolor nos atraviese el pecho, porque, cuando sucede, por mucho que nos hayamos preparado nos tiemblan las piernas y el mundo se oscurece.
Se va uno de lo últimos genios que ha dado el fútbol. Nunca he visto a un jugador indicar la jugada a sus compañeros en medio de un partido, delante de sus rivales y ejecutarla correctamente. Él sabía lo que hacía y te enseñaba la pelota para que fueras consciente de que, salvo que Dios te hubiera dado el don de ponerla donde te diera la gana, solo podías quedarte mirando y, una vez completada la trayectoria, aplaudir ante una asistencia de esas que que ganan partidos importantes, dan títulos y reproduces en tu cabeza una y otra vez cuando piensas en lo que te gustaría haber sido, pero nunca fuiste.
Kroos se va en su mejor momento por una cuestión de dignidad y compromiso consigo mismo y su manera de entender el fútbol. Él no es de los que prefieren rendir a medias, seguir cobrando y vivir de un pasado que termina cuando llega el final de mayo, sino de un futuro que empieza con la vuelta a los entrenamientos.
Sólo los genios como Ferrán Adrià pueden entender lo que está haciendo Antonio, porque el resto de mortales probablemente hubiéramos alargado una temporada más. Pero ellos, que tienen la suerte de esconder un duende dentro de su cerebro, saben cerrar su carrera en el momento más importante porque son conscientes de que han explorado y explotado todos los límites y conocen todos los trucos. Saber irse es una de las cosas más importantes de la vida y cierres como el del Bulli o la despedida de Kroos nos recuerdan que ser honestos con nosotros mismos es el principio de todo y, al mismo tiempo, el final del camino.
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Probablemente, el miedo a equivocarme sea el motor de mi vida. Nunca me ha gustado la sensación de la duda que siembra no saber qué hubiera pasado. La conocí hace muchos años en el peor momento de mi vida y, desde aquella tarde en el Campo San Francisco, me prometí a mí mismo no volver a sentir esa angustia.
Pienso que estar abierto a los cambios es una de las cosas más importantes, porque, aunque lo fácil es prepararse para los que uno quiere, la vida, Dios, el karma o en lo que cada una crea, a veces los impone.
Tener miedo a fracasar no significa estar preparado para ello, pero ser consciente de que las cosas pueden salir mal debería de ser una razón más para ponernos el cuchillo entre los dientes y salir ahí fuera dispuestos a trabajar por lo que queremos y por los que nos quieren.
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Son las tres en punto de la tarde de un domingo donde el Real Oviedo se juega la vida. Hace un rato que me eche en el sofá y que puse una alarma a las seis para tratar de que el tiempo pasara más rápido, pero he sido incapaz de dormirme. Llevo comiendo techo más de una hora como en esas noches donde me es imposible dormir porque todo da vueltas y la cama parece un cohete a punto de salir a descubrir Saturno. Hacía mucho tiempo que no estaba tan nervioso, que en una previa en mi casa era incapaz de conciliar el sueño y que Madrid añadía una tensión extra a todo esto.
No sé muy bien qué hago aquí. Debería de haber subido a ver el partido, pero por temas logísticos me ha sido imposible. Mi casa no huele al fósforo de las bengalas. Tampoco se escuchan los cánticos de una afición que está loca por volver a ver a su club donde se merece. En mi salón hay un silencio tenso, como los que hay en la vida antes de un gran acontecimiento. Solo quiero que ganemos esta tarde y que mis vecinos no se quejen de los gritos que daré por cada gol del Real Oviedo. Espero que cuando llegue la noche esté un poco más cerca de cumplir mi sueño: verte en primera es todo lo que quiero.
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Son las seis menos cuarto de la tarde. Puede que haya hecho varios kilómetros andando por un piso de apenas cincuenta metros cuadrados. He decido afeitarme con algo de música de fondo para evitar pensar en el fútbol, pero hoy no hay nada ni nadie capaz de calmarme.
La tensión de la primera parte ha sido horrible y los goles de la segunda no han bastado para asegurar la promoción de ascenso. Iremos a Éibar a por los tres puntos o a morir en el intento. Quien no crea en poder ganar en Ipurúa que se quede callado hasta el final del encuentro. ¿Locura? Esto es Oviedo.