Hay que ser Torero
Hay que jugarse el alma en el ruedo para vencer al miedo y la única forma de salir victorioso que he encontrado es viviendo.
Reconocer que tenemos miedo, que somos frágiles, que nos miramos al espejo y vemos nuestros complejos no nos hace más hombres, pero tampoco menos. Ha sido un mes de muchos cambios y hacía tanto tiempo que no sentía la adrenalina del miedo en el cuerpo, que los primeros cinco segundos pensé que me estaba muriendo. Sudores fríos, taquicardias y un popurrí de patologías que van sucediéndose una tras otra componiendo una partitura llena de silencios. Pero por mucho coach que esté apareciendo, por muchos libros de autoayuda que ocupen los escaparates, la única manera de vencer al miedo es mirándole a los ojos, hundiendo el mentón en el pecho, enseñándole la femoral, poniéndole la mano bien abajo y moviéndola muy despacio para que cuando pase su olor nos impregne la nariz. No hay otra manera de enfrentarse al miedo que intentando ser torero, o al menos no conozco otra forma que funcione.
Hay veces que lo he recibido a porta gayola con la toalla del baño, siendo el traje de luces mis calzoncillos y el pasillo de casa la puerta de chiqueros. En un escrupuloso silencio, sin luz, porque al miedo se le ve perfectamente de noche, y con el pulso por las nubes. Otras veces me limito a torear de salón con algo de música de fondo y me dejo llevar entre verónicas, tafalleras y chicuelinas como si se me hubiera pegado algo de ver tanto a Morante. No lo hago para sentirme valiente, sino para ser más humano y más humilde, para ir asumiendo entre pase y pase que no hay nada más normal que el miedo. Y quien diga que nunca lo ha sentido lo único que deja claro es que miente.
Sé lo que es el miedo a fracasar, al amor, a la traición, a los cambios, a la muerte de un familiar y a la mía propia. Sé el bloqueo que puede llegar a causar porque en la montaña, si no llega a ser por mis compañeros, me hubiera quedado paralizado descendiendo una canal en la Sierra de Gredos y no sé si ahora mismo estaría escribiendo este texto. Sé lo que es el miedo porque a mí también me han entrado ganas de salir corriendo, de hacer como que no pasaba nada y que la papeleta se la llevara el viento. Sé lo que es el miedo, porque lo escuché en los gritos de mi madre una Nochevieja donde pensábamos que alguien no disfrutaría de aquel año nuevo. Sé lo que es el miedo a quedarse sola en este mundo, porque todavía escucho su llanto y siento el calor de sus lágrimas descendiendo por mis mejillas aquella fatídica noche de enero. Sé lo que es el miedo porque lo he visto dilatado en las pupilas de la gente a la que quiero.
Hay que jugarse el alma en el ruedo para vencer al miedo. Y la única manera de la que he salido victorioso ha sido vaciándome en cada columna que he escrito, corriendo por los campos de Castilla bajo un cielo labrado por las manos de los mismos que cultivan su suelo, riendo y discutiendo en las sobremesas que terminan cuando los grillos cantan las nanas a los más pequeños y mirando al punto donde el mar se funde con el cielo en esas horas de la tarde donde lo único que me acompaña en la playa es un silencio que se interrumpe cuando las olas rompen y su espuma baña mis dedos. Hay que jugarse el alma en el ruedo para vencer al miedo y la única forma de salir victorioso que he encontrado es viviendo.
Maravilloso texto. La vida como mejor antídoto al miedo. "El miedo no impide la muerte, impide la vida."